La comunidad wayuu fue desplazada por los paramilitares a Venezuela, donde trabajaron en casas de familia y lavando carros.
Delegación de la comunidad wayuu de Bahía Portete que estuvo en Bogotá adelantando reuniones con el Gobierno para su retorno, que sería a finales de este año. / Gustavo Torrijos
Han sido nueve largos años de lucha de los miembros de la comunidad wayuu de Bahía Portete (La Guajira) para regresar a su tierra sagrada. Tras la masacre del 18 de abril de 2004, los indígenas fueron desplazados a Maracaibo (Venezuela). Se vieron forzados a dejar a un lado sus oficios tradicionales como la pesca, agricultura tradicional, fabricación de artesanías, pastoreo y comercio. “En Venezuela nos tocó dedicarnos a trabajar en casas de familia y lavando carros para conseguir qué comer, porque no teníamos plata para comprar siquiera hilos para tejer”, le contaron a este diario matronas wayuus.
Ellas vinieron a Bogotá hace unos días para planear su retorno a su tierra sagrada, Bahía Portete. Durante su visita a la capital la organización Wayuumunserat Mujeres Tejiendo Paz, con una delegación de 15 líderes de la comunidad, adelantó un proceso de reparación colectiva con el Gobierno que consiste en “volver a tener las condiciones y garantías necesarias como salud, vivienda, seguridad, agua potable y educación para una comunidad que ha sido víctima de la violencia”, señaló Débora Barros Fince, una de las líderes. Se reunieron con distintos ministerios y la Unidad de Víctimas, y lo más probable es que a finales de este año se haga realidad el proyecto de retorno de más de 400 personas que hoy en día componen la comunidad de Bahía Portete.
Según las líderes wayuus, sería la primera vez que en Colombia una comunidad indígena regresa a sus tierras, despojadas a sangre y fuego por grupos paramilitares, con todas las garantías que el Estado les ha prometido. “Nuestra tierra está viva como nunca, está gritando que volvamos y nos espera. Y nosotros no la olvidamos tampoco”, manifestaron las matronas wayuus, quienes adelantan un plan piloto que sirva de ejemplo para otras comunidades desplazadas por el conflicto armado.
La tragedia que embargó al pueblo de Bahía Portete el 18 de abril de 2004 dejó una herida imborrable en la comunidad: los paramilitares, bajo el mando del comandante Arnulfo Sánchez, alias Pablo, en complicidad con el líder wayuu José María Barros Ipuana, alias Chema Bala, asesinaron a dos matronas. A una de ellas le cortaron los senos. Ejecutaron también a un hombre y desaparecieron a tres mujeres wayuus, en venganza de un supuesto ataque que se había cometido en contra de los ‘paras’.
Ese día destruyeron el pueblo, saquearon los ranchos y desplazaron a todas las familias, según el informe del Centro de Memoria Histórica en 2010. Esta masacre también es considerada como una de las más simbólicas del conflicto colombiano en cuanto a violencia de género, al poner en evidencia la sevicia de la que fueron objeto éstas y otras mujeres por cuenta de los actores armados.
“Cuando llegamos a Venezuela fue un ‘sálvese quien pueda’. Cada uno cogió su camino y buscó la forma de sobrevivir. Nos fuimos ubicando donde nos recibían, así fuera de arrimados, o donde nos prestaran casa para vivir”, relató Carmen Fince, una de las matronas de más edad en la comunidad. Sólo un mes después del desplazamiento pudieron reunirse para hacer un pequeño censo de las personas que faltaban y así conocer la realidad de la masacre.
Su apoyo más importante fue el gobierno venezolano, que les abrió la puerta de su país. El trabajo entre la Cruz Roja y la Defensoría del Pueblo de Venezuela permitió que la comunidad wayuu pudiera suplir sus necesidades básicas y recibiera atención médica. Las líderes wayuus manifestaron que en Colombia el propio exvicepresidente, Francisco Santos, en agosto de 2004 promulgó un falso retorno: “Esas familias eran de otras regiones de La Guajira que también habían perdido sus tierras. Pero esos terrenos ancestrales no les pertenecen, son nuestros”.
Uno de los grandes problemas que han afrontado los wayuus en Maracaibo ha sido que los más pequeños están perdiendo arraigo por las costumbres indígenas. Malas compañías, los vicios y los otros niños alijunas (hombre blanco en wayuu) son su mayor preocupación: “Antes no se escuchaban groserías, los jóvenes ayudaban a sus familias con las actividades del campo y no tenían mala junta como los alijunas. Ahora no quieren estar bajo el control de los padres y por eso pedimos a gritos el retorno, para no dejar morir nuestra cultura”, dijo Telemina Barros, otra de las líderes wayuus.
Aún viven en Maracaibo. Dicen que después de desplazarse recibieron constantes amenazas, pero que ya han disminuido. Tras años de lidiar con estas presiones, aseguran que al final se dieron cuenta de que no eran nada más que palabras: “Nos decían que iban a pasar la frontera para matarnos a todos, pero las cosas no eran tan reales”, expresó Carmen Fince.
Este grupo indígena afirma que el anhelado retorno será placentero y que la tierra va a volver a estar viva. Recuerdan, sin embargo, que toda moneda tiene dos caras. Para ellos, siempre recorrerán las calles de Bahía Portete sus muertos, Rosa Fince Uriana, Margoth Fince Epinayú y Rubén Epinayú; sus desaparecidos, Diana Fince Uriana, Reina Fince Pushiana; y una víctima que nunca fue identificada porque sólo se encontró, en un carro quemado, su brazo incinerado.
“Hay que enseñarles a nuestros niños lo que sucedió en nuestro pueblo para que ellos puedan ser educados con herramientas y que estos hechos no se vuelvan a repetir. Es triste ver tanta violencia que anteriormente no se veía en La Guajira”, concluyeron las matronas wayuus.
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