domingo, 19 de septiembre de 2010

Mujeres en la mira

VIOLENCIA DE GÉNEROLa masacre de Bahía Portete es el ejemplo más brutal de cómo los paras asesinaron a unas mujeres de la comunidad wayuu para garantizarse el control de la Alta Guajira.
Sábado 18 Septiembre 2010


Las mujeres no se tocan. No van a la guerra, no se violan, no se les expulsa de la tierra. Eso es lo que tenían por ley los indígenas wayuu, de La Guajira, hasta la masacre de Bahía Portete, en la que cuatro mujeres fueron torturadas, perseguidas, asesinadas con brutalidad, dos de ellas aún desaparecidas, y toda una comunidad desplazada.

El domingo 18 de abril de 2004 pasó lo impensable. Serían las 7 de la mañana cuando llegaron cinco camionetas y una moto, con unos 40 o 50 hombres. Los forajidos buscaban, lista en mano, a las familias Fince, Uriana y Epinayú. La primera en caer fue Margoth Fince, de 70 años, reconocida como una autoridad tradicional. La amarraron de pies y manos, la cortaron con hacha y machete y después le dispararon en el rostro. Luego llegaron a la casa de Rosa Fince, de 46 años, quien había emprendido la huida con su hermana Diana, de 40 años, y su sobrina Reina. Días después los familiares encontraron el cuerpo de Rosa. Tenía las manos amarradas por detrás, el vestido desgarrado, estaba decapitada y los senos cortados. De las otras dos mujeres no se ha vuelto a saber nada. En el camino, los asesinos se habrían encontrado con dos hombres a los que también dieron muerte. Uno de ellos, Rubén Epinayú, de la misma comunidad.

"La guerra entre clanes o familias wayuu ha sido parte importante de la historia de este grupo y está claramente regulada en cuanto a los motivos que la provocan y los mecanismos para resolver las disputas", dice el Grupo de Memoria Histórica en su informe liderado por Pilar Riaño y María Emma Wills.

La masacre era un desenlace previsible de la incursión paramilitar que desde hacía algunos años había propiciado uno de los propios miembros de esa comunidad: 'Chema Balas', cuyo nombre de pila es José María Barros, quien creía que en alianza con Jorge 40 podía resolver una disputa histórica.

Desde los años 80, Chema Balas y estas familias tenían aspiraciones por razones distintas a ser los dueños del puerto natural de gran calado que hay en Bahía Portete. Por allí ingresaban el contrabando, que es la actividad a la que se ha dedicado siempre el pueblo wayuu. Chema Balas enarbolaba el permiso que había recibido tiempo atrás su padre para usar el puerto, mientras las familias agredidas habían recibido el reconocimiento de que ese era su territorio ya que allí yacían sus muertos. Durante años hubo una disputa, pero no una guerra.

Pero a partir de 2002, los paramilitares se apersonaron del puerto, de la mano de Chema Balas. El Grupo de Memoria Histórica encontró que la masacre tuvo el deliberado propósito de golpear a las mujeres por ser ellas el sostén de la defensa del territorio. Ellas eran un obstáculo para los planes de expansión del jefe paramilitar Jorge 40. La idea de que estas muertes eran parte de una guerra fratricida e intestina proviene, según Pilar Riaño, de "un estereotipo muy extendido sobre los wayuu".

Bahía Portete es también un caso emblemático en el que las memorias conflictivas están latentes. Mientras los sobrevivientes de las familias Fince, Epinayú y Urania siguen desplazados en Venezuela, y apenas regresan cada año a conmemorar la masacre, la hija de Chema Balas, Damaris Barros, sufre porque su descendencia cargará con el estigma de los errores de su padre. "José María Barros Ipuana se equivocó -al igual que lo hicieron muchos otros hombres wayuu y alijuna en La Guajira- cuando pensó que podría buscar el apoyo de los grupos ilegales provenientes de otros lados, allende su territorio, para consolidarse como hombre fuerte en la Alta Guajira y, después de logrado su objetivo, dejarlos de lado sin más...".

La masacre de Bahía Portete es emblemática porque muestra que la guerra no solo genera pobreza y pérdidas materiales, sino que desordena los principios y valores de las comunidades. La codicia que suscitaron el control territorial y de recursos se impuso durante años, y este es quizá el reto más grande que tiene el Estado para reparar a las víctimas.

http://www.semana.com/noticias-nacion/mujeres-mira/144763.aspx

Bahía Portete: mujeres en la mira


Los dolorosos hechos ocurridos en la Guajira en abril del 2004 conocidos como la masacre de Bahía Portete constituyen el evento histórico más traumático sufrido en los últimos doscientos años por los miembros del milenario pueblo wayuu. Los sangrientos actos efectuados por los paramilitares contra inermes mujeres indígenas con la colaboración y probablemente con la participación activa de miembros de las fuerzas armadas colombianas han tratado de ser negados, tergiversados y por ultimo banalizados desde las esferas oficiales. Por haber sido realizada cuando se llevaban a cabo las conversaciones de paz en Ralito y por las múltiples muestras de depravación de sus perpetradores, debería avergonzar a quienes en los últimos ocho años han dirigido el estado colombiano.

El silencio deliberado sobre esta masacre es parte de una política de olvido entendida como la abolición pura y simple de un pasado reciente de inhumanidad. Abolir este pasado es también eliminar la posibilidad de reparar a las víctimas y juzgar a sus verdugos. Como lo ha afirmado el filósofo Alfredo Gómez Muller en su particular construcción de la idea de paz y reconciliación, los perpetradores asocian el olvido a la paz y, simétricamente, la memoria a la guerra y la violencia.

Como parte de su misión institucional el Grupo de Memoria Histórica de la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación dará a conocer tres nuevos informes que revelan lo ocurrido en las masacres de La Rochela, Bojayá y Bahía Portete. Es el primer informe público que reconstruye en detalle estos hechos basándose en una minuciosa investigación de campo y dentro de un apropiado contexto explicativo. El informe hace posible que el país y la comunidad internacional conozcan una dimensión del conflicto colombiano hasta ahora ignorada.

El Informe es certero al entender la razón paramilitar por fuera de su contexto convencionalmente justificatorio de lucha contra las Farc .El área en donde se cometieron los hechos es un resguardo indígena en donde no se encontraban poderosos hacendados y ganaderos que alegaran tensiones agrarias acumuladas o supuestos abusos de la guerrilla. Es en parte por ello que los paramilitares en La Guajira comandados por alias Pablo, autor material de la masacre y quien sigue libre, son vistos como un ejército de ocupación y jamás como un ejército de liberación.

Según el Informe, a través de la agresión sexual y la mutilación corporal de las mujeres asesinadas los paramilitares buscaron convertir estos actos en un medio para herir el honor de los hombres wayuu ya sea en su masculinidad como en su rol social de guerreros. El papel de las autoridades civiles y militares ha sido el de negar o tergiversar los hechos calificándolos como ancestrales guerras interfamiliares propias de los indígenas. La explicación dada por el paramilitar Jorge 40 y por los altos mandos militares fue la de que se trataba de enfrentamientos entre las autodefensas y la delincuencia común wayuu, estableciendo así una relación causal entre pertenencia étnica y comportamiento delictivo. .

Los hechos de Bahía Portete, sin embargo, pueden ser entendidos como la culminación de un proceso histórico de larga duración que busca la incorporación violenta de la población indígena de la Guajira a un orden económico y social basado en una visión uniformizante de colombianidad. Esta incluye la implantación de un modelo cultural de orden patriarcal y autoritario en una sociedad políticamente descentralizada y matrilineal.

weilderguerra@gmail.com

http://www.elheraldo.com.co/ELHERALDO/BancoConocimiento/B/bahia_portete_mujeres_en_la_mira/bahia_portete_mujeres_en_la_mira.asp?CodSeccion=52

sábado, 11 de septiembre de 2010

Las víctimas de Bahía Portete: entre la memoria del pasado y la reinvención del presente


Bahía Portete es una ranchería de la Alta Guajira donde vivían unos 600 indígenas Wayuu hasta el 18 de abril de 2004. Ahora viven allí tan solo cinco familias. El resto se desplazó y vive entre Maracaibo y Riohacha. La mayoría quisiera volver al resguardo donde un día los desplazaron los paramilitares. Pero no pueden, sus victimarios aún se mueven por la región.
El 18 de abril de 2004, mientras el gobierno discutía de paz con los paramilitares en Ralito, Córdoba, al otro lado de la Costa Caribe, a las siete de la mañana entraron a Bahía Portete paramilitares enviados por ‘Jorge 40', 'Chema Bala' y 'Pablo'. Los hombres del pueblo habían salido a pescar y en todo caso, los paras buscaban a unas mujeres con lista en mano.

Primero fueron por Margoth Fince Epinayú, de 70 años. La subieron a una camioneta, la amarraron de brazos y pies, la amenazaron con un hacha y un machete, le dispararon en la cara, y luego, ya muerta, la botaron en un cerro cerca de su casa. Otros paramilitares quemaron la camioneta de su hijo, donde se encontraban dos niñas que aún no se sabe si sobrevivieron. Igual, están desaparecidas.

Margoth era una de las fundadoras de la Asociación Indígena de Autoridades Tradicionales: Akotchikrrawa. Era maestra, intermediaba entre su comunidad y los blancos, preservaba la tradición oral y era dueña de una tienda, una camioneta y algunos animales que le daban un estatus social. Pero sobre todo, Margoth se oponía a una alianza entre la comunidad y los grupos paramilitares en la zona.

Después de Margoth, los paramilitares buscaron a Rosa Fince Uriana, quien también se oponía a la alianza. Junto con su sobrina Reina y su hermana Diana, las llevaron a una loma donde Rosa fue torturada. La decapitaron y cortaron sus senos. Desplazados de Bahía Portete, que trabajaron con el Grupo de Memoria Histórica de la Comisión de Reparación y Conciliación que acaba de presentar un informe preliminar sobre cuatro masacres emblemáticas, aseguran que también fueron torturados sus familiares, pero los cuerpos aún continúan desaparecidos. La masacre de Portete es única en el sentido en que las víctimas fueron casi todas mujeres y el informe de la Comisión busca explicar la violencia contra las mujeres a través de él.

Sólo un hombre fue asesinado en esta masacre, se llamaba Rubén Eponayú y tenía 18 años. Lo amarraron a una camioneta y lo arrastraron por la carretera hasta llegar al corregimiento de Nazareth. Tres hombres y tres mujeres más fueron torturados también. Sufrieron estas torturas, a la vista de todos, en lugares importantes para la comunidad como el jaguey, los cerros y el cementerio, donde los paramilitares también profanaron las tumbas.

Los paramilitares no encontraron a otras dos mujeres que buscaban, maestras en la escuela de Bahía Portete. Isabel Fince Epinayú y Yeicy Iguarán Fince habían salido del pueblo unos días antes. Se salvaron también las 140 personas que huyeron hacia el mar hasta la isla Amareu apenas se enteraron de la incursión paramilitar y otros que corrieron hacia el monte hasta llegar al comando de Cojoro, frontera con Venezuela y a tres días del pueblo. Bahía Portete quedó vacío. El proceso de paz con los paramilitares continuó en Ralito sin más.
La Memoria de la masacre

Según los testimonios recogidos por el Grupo de Memoria, se fueron los paramilitares, pero no sin antes dejar su versión de los hechos. En varias de las paredes de Bahía Portete dibujaron graffitis con la silueta de mujeres sexualmente abusadas. “Mensajes ofensivos que recordaban las violaciones de las mujeres, el rasgamiento de los senos, el abrir de los vientres”, dijo una de las víctimas a los investigadores.

Los graffitis siguen pintados en las paredes de las casas y en el centro de salud. “Se borran pero vuelven a aparecer, los vuelven a dibujar. Siguen ahí para intimidarnos, para que uno sienta pena, para que uno sienta miedo”, dijo a La Silla Vacía Débora Barros, líder de la organización de Mujeres Tejiendo la Paz, hermana y tía de dos de las mujeres asesinadas.
“Se borran pero vuelven a aparecer, los vuelven a dibujar. Siguen ahí para intimidarnos, para que uno sienta pena, para que uno sienta miedo” -Débora Barros-

Aparecen de nuevo porque los paramilitares, bajo otra sigla, siguen allí y todavía tienen a las mujeres en la mira. En la cultura wayuu, las mujeres son la conexión entre los indígenas y los blancos, y también entre los vivos y los muertos.

Los periódicos no reportaron la masacre sino 20 días después de que ocurriera. Y según el informe de Memoria Histórica, los únicos medios que contaron la versión de las víctimas fueron los venezolanos. En Colombia, los periodistas le dieron voz a los victimarios. En versión libre ante la Fiscalía, ‘Jorge 40’ admitió su responsabilidad en la masacre, pero justificándola al señalar a los habitantes de Bahía Portete de secuestradores y ladrones.

Débora Barros, junto con las organizaciones Waya Wayuu, Fuerza de Mujeres Wayuu, Red de Mujeres del Caribe y Wayuu Munsurrat, se han organizado para reconstruir los hechos y para que sea su versión la que perdure. Todos los aniversarios de la masacre en Bahía Portete, realizan un ritual llamado las Yanamas, en memoria de las personas que murieron ese 18 de abril. Pero, luego, deben devolverse a Riohacha y a Maracaibo. Su seguridad aún está en riesgo.
Un territorio Wayuu, pero una tierra en disputa
Tienen miedo de volver porque por más que ‘Jorge 40’ haya sido extraditado a Estados Unidos y ‘Chema Bala’ esté condenado a 38 años de cárcel, alias ‘Pablo’ no se desmovilizó y aún tiene mucho poder en la zona.

En Bahía Portete el conflicto armado no ha terminado ni existen condiciones para que cese pronto. Portete es un puerto donde el contrabando siempre ha sido una alternativa al poco empleo que hay y donde contrabandistas se aliaron con narcotraficantes regionales para negociar drogas, armas y gasolina.

Las Farc y el ELN tuvieron presencia en la Sierra Nevada de Santa Marta y en la Serranía del Perijá pero nunca alcanzaron a llegar a la Alta Guajira porque en 2002, llegaron los paramilitares a la zona. Y a pesar de que los indígenas de Bahía Portete avisaron sobre las amenazas en su contra, la unidad del Ejército adscrita al Batallón de Cartagena que había sido destinada para patrullar la ranchería, fue retirada días antes de la masacre.

Para los Wayuus no hay duda que allí se aliaron los militares con los paras de la zona, y por eso demandaron al Estado por omisión y complicidad del Ejército. Ya van cinco años desde que fue interpuesta la demanda. El Gobierno les ha manifestado a estas víctimas que es necesario conciliar porque las cifras que exigen son muy altas. No han llegado a un acuerdo aún.
Las mujeres de Bahía Portete no han querido entrar en el marco de la ley de Justicia y Paz porque les parece “una ley de impunidad” y por esto no han accedido a ningún tipo de reparación.
Para aquellas mujeres indígenas, cuyo cuerpo se convirtió en territorio de guerra, ¿tendrá la Ley de Víctimas que presentará el Gobierno la próxima semana algún consuelo?



http://www.lasillavacia.com/historia/17970

Masacre de Bahía Portete en un libro

Texto:

Será uno de cuatro textos sobre derechos humanos que se presentarán en Colombia.

Tres libros sobre masacres de más de 90 personas en el país, y un cuarto libro sobre desplazamiento forzado, serán presentados del 20 al 30 de septiembre durante la Semana por la Memoria, anunciaron ayer investigadores de derechos humanos.

Los libros fueron elaborados por el grupo Memoria Histórica, de la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación (Cnrr), con el objetivo de hacer visible a las víctimas y ser “complementarios a la acción judicial” por estos hechos de violencia, aseguró Gonzalo Sánchez, coordinador del grupo.

“La Rochela: memorias de un crimen contra la justicia”, es el primer libro y reconstruye la masacre de 12 funcionarios judiciales y empleados del Cuerpo Técnico de la Policía Judicial que investigaban varios delitos en el noreste del país y que fueron asesinados por paramilitares.

Posteriormente será lanzado “Bojayá: la guerra sin límites”, en donde murieron 79 personas, entre ellas 48 menores de edad, luego de que las Fuerzas Armadas Revolucionarios de Colombia (Farc) hicieran estallar una pipeta de gas en la iglesia de la población tras un enfrentamiento con paramilitares.

Este caso “es un claro crimen de guerra. La gente dice: ’'ésto quedó registrado como masacre y más que masacre fue una matanza colectiva”, observó Marta Nubia Bello, una de las investigadoras.

Después será presentado “La tierra en disputa: memorias de despojo y resistencias campesinas en la costa Caribe 1960-2010”, que trata sobre el desplazamiento forzado de campesinos víctimas de la guerrilla y paramilitares.

El último de los libros será La masacre de Bahía Portete: mujeres wayuu en la mira, y en él se narra cómo se torturó y asesinó a seis pobladores de La Alta Guajira en un hecho que generó el desplazamiento de unos 600 miembros de esa etnia.
http://www.panorama.com.ve/11-09-2010/671729.html