18 de junio de 2007, 08:35
María Teresa RonderosBogotá, Colombia
AFP
Niños wayúu colombianos juegan con restos de camiones-tanque incendiados en Maicao, cerca de la frontera con Venezuela.
En los territorios desérticos del norte, en la península de la Guajira, donde Colombia y Venezuela se encuentran, vivió tranquilo y soberano el pueblo wayúu desde muchos años antes que vinieran los españoles a América. Resistió la conquista de ellos y de los colonos criollos. Más recientemente, cuando la guerrilla comenzó a rondar sus tierras, también logró mantenerla a raya. Fue así hasta hace un lustro. Hombres altivos, mujeres bellas, matronas que definen el linaje familiar y hábiles artesanas de tejidos finos, la mayoría de sus 70 mil habitantes del lado colombiano (porque con los wayuú venezolanos suman 300 mil) son pobres y honrados. Algunos de los jefes de clanes familiares eran ricos y contrabandistas de tradición.
Desde 2002, la historia wayúu se partió en dos. Llegaron a la región los paramilitares, con el jactancioso nombre de Autodefensas Unidas de Colombia (Auc) bordado en sus uniformes. Ellos los humillaron, los engañaron, les quebraron el alma y se erigieron en los amos de sus territorios.
No era que los wayúu fueran exactamente clanes pacíficos. No. Eran guerreros. Sus jefes vivían armados, se dedicaban a traer whisky y cigarrillos de contrabando y, más recientemente, unos cuantos estaban metidos en el negocio de la exportación de cocaína. A veces se desataban guerras entre algunos de sus 22 clanes que dejaban varios muertos. Pero no se rompían los códigos de la tradición: no se matan mujeres ni niños, no se matan ancianos, no se mata sin razón. Por eso La Guajira, desértica en la parte alta, verde en la media, con carbón de sobra (tiene la mina a cielo abierto más grande del mundo) y gas a montones, era uno de los departamentos colombianos donde menos sangre había corrido en este último medio siglo tan doloroso para este país.
Todo eso cambió. Primero llegaron unos pocos hombres del jefe paramilitar del vecino departamento del César, apodado Jorge 40, y mataron a dos policías aduaneros y al hijo de un jefe wayúu de Maicao (otrora el centro del contrabando nacional). Era su anuncio de que llegaban para quedarse. Mario Cote, uno de los más escuchados jefes wayúu, presintió lo que se les venía encima. Cote controlaba la mercancía que llegaba de los puertos y tenía acuerdos con los "turcos" de Maicao para sus negocios ilegales. Cuenta una pariente suya que reunió a los jefes de los clanes y les dijo: "No nos hemos dejado de nadie en 500 años, no nos vamos a dejar ahora". Sellaron la unión, se armaron y salieron a combatir a los paras. Dicen que alcanzaron a matarles unos cuantos hombres.
No debieron siquiera imaginar las consecuencias de su provocación. Las Auc corrompieron a algunos wayúu con camionetas y armas nuevas, a otros los enfrentaron. Aunque hay versiones contradictorias, se dice que para destruir el ánimo que les infundió Mario Cote, les tendieron una trampa. Jorge 40 invitó a Cote a un encuentro para negociar. Cote cargó 18 botellas de whisky y 100 millones de pesos en su camioneta, por si había trato, y salió a su cita en las tierras del jefe de las Auc. Lo encontraron días después maniatado de pies y manos, con un tiro de gracia en la cabeza. Le siguieron más muertes de otros jefes wayúu rebeldes que no se habían querido someter al nuevo patrón: los que dirigían el contrabando y coordinadores de los pequeños puertos sobre el Caribe a donde llegaban los barcos contrabandistas. A otros los sacaron huyendo o los entregaron a la justicia. Con sus respetados jefes muertos, muchos wayúu buscaron aliarse con los paras. Ningún pescador ni lanchero podía trabajar sin pagarles a las Auc alguna extorsión.
Entonces se desató el diablo. El 18 de abril de 2004 unos 200 paramilitares llegaron a la Alta Guajira, después de cuatro horas de atravesar el desierto. Irrumpieron en los pueblitos sobre el mar en la zona de Bahía Portete. Saquearon rancherías, asesinaron mujeres, quemaron niños vivos, decapitaron ancianos, se robaron las "tumas" o piedras sagradas de trueque, destruyeron la posta médica. Ni siquiera dejaron en paz a los espíritus, pues profanaron el cementerio. Al final de su pavoroso recorrido, quedaron 12 indígenas asesinados -entre ellos, Margarita Epinayú de 75 años-, 33 desaparecidos y más de 1.000 wayúu forzados al exilio. Unos corrieron despavoridos hasta Maracaibo (Venezuela); otros, a los pueblos más grandes de la Guajira.
Por esos días las wayúu vieron llorar a los hombres más rudos. Desde que se volvieron señores de esos desiertos, los paramilitares han cosechado enormes ganancias. El viejo contrabando de electrodomésticos y whisky se redujo a nada; el tráfico de drogas, en cambio, floreció. Se hicieron al negocio del contrabando de gasolina desde Venezuela, donde el combustible cuesta once veces menos que en Colombia. Se apoderaron del control de la cooperativa wayúu que tenía permiso oficial para vender gasolina del lado colombiano a precios más baratos. Los más cautos calculan que ese comercio les produce 250 mil dólares diarios de utilidad.
Mantener el imperio de tan jugosos negocios cuesta sangre. Por eso las muertes no han cesado. Van 200 wayúu asesinados en los cinco años de dominio paramilitar. Vino la desmovilización de los hombres de Jorge 40 en marzo de 2006. Pero los paras de allá arriba en la Guajira, que siempre respondieron a su mando, nunca se dejaron sus armas. El sanguinario comandante Pedro de las Auc -que "cuida" los puertos- sigue ahí.
A pesar del miedo, los wayúu están saliendo de su marasmo y empezando a hacer sentir su clamor. Mujeres valientes de la Alta y Media Guajira se han organizado para recuperar lo suyo, no con armas ni con guerras, sino atreviéndose a contarle al mundo lo que les pasa, exigiendo protección, denunciando. Que su pueblo no resiste más violencia, que los 320 refugiados en Maracaibo quieren volver y no pueden, que necesitan que las autoridades hagan lo suyo y destierren al demonio que anda suelto en sus arenas, para poder volver ser el pueblo autónomo y orgulloso que fueron por centurias.
Terra Magazine
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