Por: Alfredo Molano Bravo
En febrero de 1982 se reunieron en Bosa más de 1.500 representantes del centenar
de los pueblos indígenas que habían sobrevivido a la evangelización, a la
expansión terrateniente y a la expoliación comercial, y crearon la Organización
Nacional Indígena de Colombia.
Fue el último capítulo de una larga y accidentada historia de intentos que se
remonta a fines del siglo XIX, cuando los indios de la Sierra Nevada de Santa
Marta llegaron a pie desde su territorio a pedirle al gobierno su intervención
para detener el robo de tierras por parte de los hacendados y el de niños por
parte de los curas. Quizá de allí salió la Ley 89 de 1898, que todavía rige y
que fue el marco legal para la creación de resguardos. El indio Quintín Lame
continuó esta lucha en los años 20. Encarcelado, perseguido con saña, logró sin
embargo crear —como se dice hoy— un corredor de lucha indígena entre Popayán y
Chaparral y agitar en Bogotá, frente a los “altos poderes”, las banderas
indígenas. Su enfrentamiento con la aristocracia caucana fue radical. En el
fondo, reivindicaba lo de siempre: territorio, cultura y autoridad. Lo acusaron
de fundar una “república indígena”. La violencia de los 50 paralizó las luchas
indígenas porque siempre su gente ha sido carne de cañón. Fue también la época
en que cazaban indios guahibos como venados en los Llanos Orientales. En la
agitación agraria del 69 y el 70 se volvieron a oír voces ancestrales en defensa
de sus tierras. El Incora las oyó: a los inganos y kamtsás del Valle de Sibundoy
les reconoció el derecho a parcelas que eran haciendas de los capuchinos. No
obstante, el Frente Nacional no pudo —o no quiso— detener la ampliación de los
latifundios en Cauca, Huila y Tolima en detrimento de los resguardos. Los
indígenas hicieron causa común con los campesinos de la Asociación de Usuarios
Campesinos (ANUC), donde encontraron protección y respaldo. Nació entonces en
1971 el Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC). La respuesta fue el
asesinato, la persecución y el encarcelamiento de sus dirigentes. En 1980
volvieron a reunirse representantes indígenas de todo el país en Lomas de
Ilarco, sur de Tolima, en el primer encuentro indígena nacional, que creó la
Coordinadora Nacional de Gobierno Indígena, la que dos años después se
transformó en ONIC. La Constituyente del 91 estableció una circunscripción
especial y la Constitución reconoció el derecho a sus territorios, a sus leyes y
a sus autoridades.
Desde entonces no han cesado las masacres, como las de Nilo en Cauca, Portete
en La Guajira, y el asesinato sistemático de indígenas kankuamos, emberas,
zenúes, awás, barí, guahibos, cuivas, coyaimas y natagaimas. La ONIC ha
denunciado que 35 pueblos indígenas de los 102 que existen en el país están
condenados a desaparecer. Survival International resalta que los grupos
indígenas más expuestos al peligro son nukak-maku, guayaberos, hitnú y sicuani.
A partir de 1995 casi 100 indígenas han sido asesinados cada año y otros tantos
desaparecidos. Es cierto que sus organizaciones son escuchadas, que la Iglesia
católica ha modificado las modalidades de evangelización y que gozan de
prestigio en el exterior. No obstante, hoy existe un peligro inminente: ser
aplastadas por las locomotoras minera y petrolera. La ONIC ha sobrevivido, pero
no ha dejado de ser perseguida a sangre y fuegohttp://www.elespectador.com/impreso/opinion/columna-328683-onic-30-anos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario