En este capítulo se describen los casos de dos comunidades étnicas que
reclaman al Estado por atropellos y violaciones históricas y recientes a sus
derechos y a sus territorios. En sus propios términos, los hechos de violencia
del presente, generados por el conflicto armado, remiten a memorias no
resueltas de crímenes anteriores que nunca fueron saldados y a deudas históricas
encarnadas en el proceso de esclavización, en el despojo de tierras
de la Colonia, y en otros eventos de violencia masiva. Los reclamos actuales
se centran alrededor de la implantación de mega proyectos de desarrollo y
la siembra indiscriminada de palma africana, coca y amapola en los territorios
ancestrales, y en torno a los incumplimientos del Estado colombiano
a sus demandas de verdad, justicia y reparación como consecuencia del impacto
que la violencia del conflicto armado ha tenido sobre las diferentes
comunidades. Según estas comunidades, las actividades bélicas y de explotación
económica de sus territorios violentan y lesionan sus planes de vida.
En este libro hemos abordado teórica y metodológicamente el estudio
de las memorias del conflicto armado analizando cómo la violencia se ha
inscrito y ha operado en la vida cotidiana de las personas, cómo se ha
infiltrado en los espacios públicos y privados de las actividades diarias.
Paralelamente, nos hemos aproximado a las formas mediante las cuales
algunas comunidades, movimientos sociales y organizaciones afectadas
por la violencia vuelven a habitar sus lugares y sus cuerpos1. Hemos
aludido al sufrimiento provocado por actos violentos y al terror como
los medios a través de los cuales la memoria se inscribe en los cuerpos
y en los lugares. Las reflexiones que siguen a continuación se enfocan
1. Véase Das, 2007.
127
Capítulo III
principalmente en las gramáticas culturales del duelo que permiten entender
cómo un pasado doloroso puede ser habitado nuevamente desde la
cotidianidad. Lo anterior implica entender cómo se resiste desde las prácticas
diarias, cómo vuelven a ser vividos y adquieren nuevos significados
los lugares de devastación y cómo las experiencias privadas de dolor se
transforman en experiencias de dolor articuladas en público. No es por
medio de gestos de escape que se vuelven a hacer propios esos espacios,
sino mediante su ocupación en el presente a través de un gesto de duelo2.
Consecuentemente nos aproximamos a la función que la memoria tiene
en la resignificación de esos espacios a través de las prácticas, significados,
discursos y puestas en escena, lo que implica una aproximación a
la memoria como proceso corporal, emocional y arraigado en prácticas
cotidianas3. El estado de emergencia en el que vive mucha gente exige
que pongamos atención a los mensajes que están codificados e inscritos
indirectamente en formas no verbales y extralingüísticas, modos de comunicación
donde los significados de la resistencia y los deseos de utopía
son una protección y un escudo contra la dominación4.
1
LA ORGANIZACIÓN WAYUU
MUNSURAT. RESTAURANDO LA
COTIDIANIDAD
Las reflexiones que siguen acerca de la organización indígena Wayuu
Munsurat de la Guajira están centradas en las iniciativas de memoria relacionadas
con el conflicto armado, desde una perspectiva étnica y de género.
La organización fue conformada por un grupo de mujeres de la etnia
Wayuu después de la masacre de Bahía Portete, ocurrida el 18 de abril de
2. Tomado de Das, 2006: 214.
3. Espinosa, 2007.
4. Conquergood, 2002.
128
2004 cuando un grupo paramilitar al mando de Rodrigo Tovar Puppo, alias
“Jorge Cuarenta”, asesinó e hizo desaparecer a mujeres y niños del clan
Uriana Epinayú, habitantes ancestrales de esta localidad. Los familiares
sobrevivientes huyeron a Riohacha y a Maracaibo. Los paramilitares sólo
permitieron recoger los cuerpos de las personas asesinadas días después,
impidiendo que fueran enterrados en los cementerios de Bahía Portete,
de forma que fueron sepultados en la vereda de Media Luna. Abordar este
trabajo desde las perspectivas étnica y de género significa aproximarse
a la complejidad de los trabajos de la memoria para repensar términos y
categorías que, recientemente, han comenzado a ser instrumentalizados,
manipulados y homogenizados como “memoria”, “posconflicto”, “reparación”,
“reconciliación” y “justicia”, entre otros. Esta perspectiva nos
permite entender las políticas culturales de la memoria como un terreno
de lucha por significados y representaciones que pretenden crear nuevas
prácticas políticas y, consecuentemente, nuevos significados en medio de
espacios cargados de afectos. Desde ese lugar podremos entender la capacidad
de la memoria de escapar, subvertir, hacer presentes las ausencias,
deshacer las linealidades que la historia construye y los significados que
categorías como las antes mencionadas fijan y determinan5. Analizaremos
el caso comenzando por un breve resumen del contexto histórico de los
últimos años del departamento de la Guajira, más adelante abordaremos
5. Das, 2008.
Logo. Organización Wayuu Munsurat
129
Capítulo III
la masacre de Bahía Portete como un acontecimiento o evento crítico6 con
el fin de entender la coyuntura en la cual surgió la organización Wayuu
Munsurat y centrarnos en su historia reciente. Finalmente nos referiremos
a los trabajos de memoria, las alianzas y redes de esta organización
con otras organizaciones que llevan agendas similares.
Contexto Histórico
“Los pueblos indígenas después de más de 514 años de expropiación de
nuestros territorios, del cercenamiento a nuestra lengua y cultura, mantenemos
la mente lúcida para replicar una realidad dura que se ha traducido
en situaciones complejas pero, seguimos estando aquí, haciendo ejercicios
para que se mantengan la voz y la sabiduría”.
Vicente Epinayú
Un breve resumen del contexto histórico de los últimos años del departamento
de la Guajira implica tener en cuenta el cruce de violencias estructurales
y coyunturales en el que han vivido los Wayuu durante siglos, más específicamente
la comunidad Wayuu de Bahía Portete. Es a través de la articulación
entre las causas u orígenes de los hechos y su relación con la vida cotidiana
que se puede entender cómo las prácticas cotidianas están permeadas por
la historia. A lo largo de la historia republicana el territorio Wayuu se fue
configurando como un territorio marginal, localizado en la periferia de los
centros de poder tanto de Colombia como de Venezuela y en medio de escenarios
de apogeo y decadencia y de actividades económicas extractivas y de
enclave. Estas actividades han sido principalmente la extracción de perlas
en el mar Caribe, la comercialización de la marihuana, la explotación de
carbón, el contrabando y las actividades relacionadas con el narcotráfico7.
En las primeras décadas del siglo XX comenzó el proceso de “integración”
de los Wayuu a la nación colombiana. Las características consuetudinarias
de la región, como el contrabando y la llamada falta de control social
6. El término evento crítico proviene del historiador francés François Furet. Designa aquellos
eventos que “intuyen una nueva modalidad de acción histórica que no estaba inscrita en
el inventario de la situación” (citado por Ortega, 2008: 28). Veena Das también utiliza este
término y analiza cómo estructura y afecta el presente.
7. Boscan, 2007: 24.
130
Memorias en Tiempo de Guerra Repertorio de iniciativas
fueron algunas de las preocupaciones no sólo de los padres capuchinos,
sino también del Ejército y de la policía nacional. El Diccionario Geográfico
de la Guajira, publicado por el Estado Mayor de las Fuerzas Armadas de
Colombia en 1944, la describe como una región “donde no hay campo sino
para los hombres valientes, sufridos, o que amen la aventura [...] múltiples
buscadores de fortuna, elementos de índole heterogénea, especialmente
venezolanos, han convertido a la Guajira en su campo de acción [...] al
margen de la justicia”.8 Consecuentemente la historia de la Guajira tiene
que ser entendida desde una perspectiva de historia de frontera, de zona
periférica y marginal dentro del proyecto del Estado nación.
A mediados de la década de 1970 la Guajira vivió la llamada “bonanza marimbera”
generada por el cultivo y el tráfico de marihuana. Esta bonanza
trajo nuevos ingresos, generó aumentos en los precios de bienes y servicios
difíciles de importar a la región e incorporó dentro de sus estructuras
delincuenciales a varios clanes de familias tradicionales de la Guajira
e indígenas Wayuu. Sin embargo, de esta bonanza sólo le quedaron a la
Guajira los muertos que puso, lo que se puede corroborar con los datos sobre
criminalidad en Colombia. En efecto, durante el período 1975-1982, la
Guajira fue el departamento con mayor tasa de homicidios en el país, 92 por
cada 100.000 habitantes, casi tres veces por encima de la media nacional
que, para la época, era de 32 por cada 100.000 habitantes. Otras secuelas
fueron la deforestación de los pocos terrenos cultivables de la península, el
desplazamiento de cultivos comerciales y/o tradicionales, la violencia, los
sobornos y otros síntomas de descomposición social. La caída de los precios
internacionales de la marihuana puso fin a la bonanza marimbera que
había imperado en la región por cerca de dos décadas. Al terminar la bonanza,
el departamento se encontró con un panorama desolador: amplias zonas
deforestadas y cientos de muertos producto de la guerra entre mafiosos y
bandas armadas descontroladas9. En 1984 el Estado colombiano englobó
buena parte de la península de la Guajira en el Resguardo de la Alta y Media
Guajira, integrado por casi 1.000.000 de hectáreas, lo que en rigor abarca
apenas unas dos terceras partes del territorio ancestral ocupado por este
8. Villalba Hernández, 2003.
9. Ibídem.
131
Capítulo III
grupo étnico. Con la Constitución Política de 1991 se abrieron nuevos espacios
para definiciones legislativas sobre territorios étnicos; sin embargo,
quedaron por resolver la colisión entre las numerosas reservas industriales,
turísticas, urbanas y militares que afectan al resguardo Wayuu y el reclamo
ancestral de los Wayuu por esos espacios, así como el estatuto legal del
territorio Wayuu que aún no se ha definido como tal.
Entre las décadas de 1980 y 1990 se registran las primeras acciones armadas
perpetradas por grupos armados como las FARC y el ELN a nivel
departamental. Éstas consistieron en incineración de vehículos y casas,
atentados a la infraestructura energética, activación de artefactos explosivos
en sitios públicos y peajes y retenes ilegales. Los actos terroristas
más comunes perpetrados por el ELN fueron las voladuras del gasoducto
que transporta gas natural tanto al departamento de la Guajira como a
gran parte de la región Caribe10. La violencia paramilitar tuvo su inicio en
la década de 1980 y estuvo asociada al auge del narcotráfico y fue tolerada
por diferentes gobiernos, especialmente por las Fuerzas Armadas. Al
igual que en otras regiones, en el departamento de la Guajira los grupos
paramilitares se aliaron con narcotraficantes que vieron en estos grupos
al socio necesario para la protección de su negocio ilícito. En un primer
momento los grupos paramilitares aparecieron en el sur de la Guajira
como respuesta a la actuación de grupos guerrilleros, pero con el tiempo
se fueron transformando en un proyecto propio paraestatal. Estos grupos
se organizaron en diferentes bloques autónomos, vinculados con actores
institucionales y no institucionales, y ejercieron un control del poder político,
económico y social sobre todo de la media y baja Guajira. El bloque
con mayor dominio en toda la Guajira fue el bloque Norte comandado por
Rodrigo Tovar Puppo, alias “Jorge 40”.
Los paramilitares de la alta Guajira, agrupados en el Frente Resistencia
Tayrona o Frente Contrainsurgencia Wayuu, no tuvieron una finalidad política
ni antisubversiva, como en el resto del país. Sus intereses fueron
fundamentalmente económicos, ligados al negocio del narcotráfico a
10. Villalba Hernández, 2003.
132
Memorias en Tiempo de Guerra Repertorio de iniciativas
través de Venezuela y las islas del Caribe. Realizaron cobros extorsivos
a comerciantes, ganaderos y transportadores y tomaron el control de la
comercialización de la gasolina. En torno a ellos se reorganizó la base de
un nuevo poder que empezó asesinando y desplazando a los pobladores
naturales de la media y alta Guajira, apoderándose de los negocios más
rentables de la frontera tales como el tráfico de armas, de drogas y el movimiento
de contrabando. Paralelamente, se ejecutaron masacres tanto
en el sur de la Guajira, en Villanueva, como en la alta Guajira, en Bahía
Portete, crímenes selectivos en todo el departamento y se registraron
un sinnúmero de desaparecidos y de personas desplazadas. Estos grupos
sembraron el terror en todo el territorio a través de prácticas como la
tortura y el descuartizamiento, con unos excesos que no terminan de
sorprender a los mismos Wayuu que han tenido que soportar todo tipo de
violencias a largo de tantos siglos de existencia11.
Una de las principales prácticas de terror implantadas por el paramilitarismo
fue el desplazamiento forzado de familias Wayuu a los municipios
de Maicao, Uribia, Manaure y Maracaibo. Buena parte de estos desplazados
fueron acogidos por sus propias familias, factor que imposibilita
visibilizar la magnitud del fenómeno. Igualmente, muchos desplazamientos
no han sido reportados, en algunos casos por miedo a posteriores
persecuciones, y en otros por omisión de las autoridades municipales que
desestiman la veracidad de lo relatado por los Wayuu. Los paramilitares
tuvieron la capacidad de poner en función de sus objetivos de expansión
y consolidación las guerras entre los clanes Wayuu, las cuales fueron manipuladas
con el doble propósito de exterminar más fácilmente a sus opositores
y esconder detrás de éstas otros
conflictos propios de los Wayuu12.
El 10 de marzo del 2006, alias “Jorge 40”, comandante del bloque Norte,
se desmovilizó y en mayo del 2008 fue extraditado a Estados Unidos por
cargos de narcotráfico. A pesar del proceso de desmovilización adelantado
por el gobierno nacional con los grupos paramilitares, las comunidades
afirman que estos grupos no han dejado de delinquir en este territorio.
11. Villalba Hernández, 2003.
12. Los Wayuu son considerados un grupo indígena guerrero a partir de las frecuentes
rivalidades que existen entre las diferentes familias que se traducen en vendettas. La masacre de Bahía Portete,
un evento crítico
“Ante tanta matanza en esta masacre, los espíritus de los difuntos no están
en paz y nosotros tampoco”
Mujer Wayuu sobreviviente de la masacre
Según un comunicado de la Organización Wayuu Munsurat, la masacre
ocurrió el 18 de abril de 2004 y dejó como resultado 13 personas asesinadas,
30 desaparecidas y el desplazamiento de más de 300 familias. La
alta Guajira, o Winpamuin, donde se ubica Bahía Portete, fue el escenario
de tal evento. Reconocido como Resguardo Indígena durante la década
de 1980 por el Instituto Colombiano para la Reforma Agraria – INCORA–,
en este lugar habitaban entre 150.000 y 200.000 indígenas Wayuu de
los clanes Ballesteros Epinayú, Fince Epinayú y Fince Uriana. Después
de la masacre quedaron sólo unas pocas familias, el resto se desplazó a
Riohacha, Maicao y Maracaibo principalmente; hoy en día Bahía Portete
es reconocida como un “pueblo fantasma”.
Pensar la masacre de Bahía Portete como evento crítico permite entender la
coyuntura en la cual fue creada la organización Wayuu Munsurat, los cambios
que ésta introdujo dentro y fuera de la comunidad de Bahía Portete,
la forma en que las instituciones y los actores sociales se apropiaron de su
significado y su capacidad para estructurar y afectar el presente13.
De acuerdo a las denuncias y testimonios acopiados por la Organización
Nacional Indígena de Colombia –ONIC– y las autoridades tradicionales
Wayuu, la masacre de Bahía Portete tiene como trasfondo intereses ligados
al contrabando y al narcotráfico, al comercio intrafronterizo y a la implementación
de mega proyectos estratégicos. Éstos últimos son: concesiones
petroleras y de gas de las aguas marítimas de Portete; expansión de la producción
carbonífera que sale al exterior por Puerto Bolívar, el puerto del
complejo carbonífero de El Cerrejón; el nuevo parque eólico Jepirachi construido
por las Empresas Públicas de Medellín EPM y varios proyectos eco turísticos
y etnoturísticos, ubicados a 10 kilómetros de Portete y adelantados
13. Das, 2008.
134
por el gobierno colombiano y por empresas multinacionales. Todos estos
proyectos llevaron a que el puerto de Bahía Portete se convirtiera en un
sitio codiciado por las compañías impulsoras de tales intereses.
Según se deduce de testimonios recogidos entre algunos miembros de la
organización Wayuu Munsurat, el señor José María Barros Ipuana, alias
“Chema Bala”, introdujo los paramilitares en Bahía Portete y fue el creador
de la red Wayuu de apoyo a los paramilitares. Implicado en la masacre
de abril del 2004 y amparado por narcotraficantes y paramilitares, específicamente
por “Jorge 40”, decidió desalojar a las comunidades y familias
dueñas del territorio de Bahía Portete con el fin de poder ejercer con mayor
libertad sus negocios de narcotráfico. Según dice en su testimonio Débora
Barros, una de las líderes de la organización Wayuu Munsurat,
“como Wayuu, Chema Bala y su familia representan el desconocimiento de
las leyes tradicionales Wayuu y la superposición de dinámicas mafiosas,
corruptas y asesinas. A la familia de Chema Bala las familias que habitaban
en Portete le habían concedido permiso del uso del puerto, pero nunca se
135
Capítulo III
imaginaron el uso que él haría de éste, ejerciendo una expropiación paulatina
del territorio, violentando y rompiendo así la cultura Wayuu”.
Las autoridades departamentales hicieron ver el conflicto entre la familia
de Chema Bala y las demás familias Wayuu de Bahía Portete como una clásica
disputa de clanes Wayuu. Sin embargo, una de las líderes explica cómo
este conflicto no puede entenderse simplemente como un conflicto entre
familias Wayuu porque va más allá de esto, ya que se trata de
“dos proyectos culturales diametralmente opuestos; es, en últimas, la resistencia
ejercida por las familias y el proyecto cultural tradicional ajeno
a la acción delincuencial, corrupta y clientelista de los contrabandistas,
narcotraficantes y paramilitares y desvinculado del modelo de “desarrollo”
brutal de las multinacionales a fin de facilitar la extracción y el saqueo de
los recursos naturales”14.
Los hechos que llevaron a la Masacre
La intención de alias “Chema Bala” de apropiarse del puerto ubicado en el
resguardo de Portete se remonta al año 1996, cuando tienen lugar una serie
de ataques a varias familias tradicionales, a través del despojo, el hurto y
el homicidio. En el 2001 se instalan en la zona los llamados paramilitares
que inicialmente trataron de ganarse la confianza de la población, pero
no demoraron mucho en cometer atropellos contra la gente, al sentir que
tenían el control y el dominio del lugar. Según testimonios de habitantes
de Bahía Portete, los antecedentes de la masacre dan cuenta de un enfrentamiento
entre la Policía Fiscal Aduanera –Polfa– y paramilitares que el 28
de abril de 2003 asesinaron a dos policías de esa división en Bahía Portete,
en casa de la familia Fince. Dos de sus miembros, Rolan y Alberto Ever
Fince, declararon acerca del homicidio de los miembros de la Polfa y el 1 de
febrero de 2004 fueron asesinados por paramilitares al servicio de “Chema
Bala”. En estos hechos también fue asesinada la señora Gregoria Medina y
herido en una pierna el señor Rein Ever Fince. En septiembre 19 de 2003
los estudiantes Nicolás Barros Ballesteros y Arturo Epinayú denunciaron en
Uribia que los paramilitares estaban trabajando con droga, amenazando y
14. Testimonio de Débora Barros
maltratando a la gente. Al día siguiente regresaron a Portete pero ya los
paramilitares sabían de su denuncia, los esperaron, retuvieron y asesinaron.
El 18 de abril de 2004, mientras el gobierno nacional se reunía con los jefes
paramilitares en Santafé de Ralito, en Bahía Portete se cometía la atroz masacre.
Entre el 18 y el 20 de abril de 2004 en la alta Guajira, en jurisdicción
del municipio de Uribia, fueron torturados y asesinados varios indígenas
de la etnia Wayuu por parte de un grupo aproximado de 40 hombres fuertemente
armados, pertenecientes a la estructura paramilitar denominada
Frente Resistencia Tayrona o Frente Contrainsurgencia Wayuu. Según testimonios
de habitantes de la región, el frente paramilitar fue apoyado por al
menos seis militares adscritos al Batallón de Infantería No. 6, quienes dieron
muerte a los ciudadanos indígenas Rubén Epinayú, Rosa Fince Uriana
y Margot Epinayú Ballesteros; de igual modo asesinaron a una persona sin
identificar de quien sólo se halló un miembro izquierdo calcinado. También
se reportó la desaparición de Diana y Reina Fince15. Los hechos generaron
terror entre los vecinos y dolientes, a raíz de lo cual se produjo el desplazamiento
forzado y masivo de aproximadamente 600 personas entre mujeres,
ancianos y niños, hacia poblaciones como Maracaibo en Venezuela. Lilia
Epinayú, testigo clave de la masacre y confiada en la promesa de protección
del gobierno nacional, regresó a Bahía Portete y fue asesinada el 13 de julio
de 2005 por paramilitares. Sus familiares debieron huir, por lo que el cuerpo
de Lilia permaneció expuesto al sol por espacio de 10 horas. Después de
la masacre los Alaulayuu, autoridades tradicionales de Portete, produjeron
un documento titulado Informe sobre los hechos de los Alaulayuu de Portete,
víctimas de la masacre del 18 de abril del 2004. En él denuncian las relaciones
entre militares, paramilitares y las multinacionales presentes en la
zona16. Según una de las líderes de la organización Wayuu Munsurat,
“el conflicto que hoy vivimos, nunca fue imaginado ni intuido por nuestros
sueños, pero es una realidad que esperamos que termine pronto
para poder vivir tranquilos en nuestra tierra. En el caso de mi comunidad
de Bahía Portete, esta se encuentra desplazada fuera de sus tierras
15. Datos tomados de testimonios de las víctimas y de la pagina web de la Organización
Wayuu Munsurat http://organizacionwayuumunsurat.blogspot.com/
16. Ibídem.
ancestrales debido a la incursión paramilitar en el 2004, por esta situación
embargados de dolor y tristeza, esperando que los grupos paramilitares
abandonen nuestro territorio y podamos volver a sonreír, donde los
niños puedan caminar y correr en su desierto y sentir las brisas del mar
que hoy no sentimos donde estamos desplazados”.
Eventos que desencadenó la masacre de
Bahía Portete
La organización Wayuu Munsurat se creó pocos meses después de ocurrida
la masacre. Nació de la iniciativa de un grupo de mujeres que decidieron visibilizar
y denunciar los hechos, las injusticias cometidas contra el pueblo
Wayuu durante siglos, y más específicamente contra las mujeres. El primer
llamado que hace la organización Wayuu Munsurat fue el siguiente:
“Queremos llamar la atención nacional e internacional sobre la tragedia que
significa para un pueblo como el Wayuu no sólo la extensa lista de Wayuus
que han sido ya sea asesinados o desaparecidos forzadamente, entre 2000
y 2007, a causa de la violencia paramilitar y el conflicto armado, sino también
evidenciar los innumerables y desconocidos desplazamientos masivos y
familiares que afectaron a muchas comunidades del pueblo Wayuu y de los
cuales ni siquiera hubo registros ni reportes. Como se ha venido diciendo
con insistencia, la gravedad de la tragedia del pueblo Wayuu se profundiza
si se tiene en cuenta que esta ha sido negada por amplios sectores de
la institucionalidad pública que encontraron en los tradicionales conflictos
entre clanes Wayuu, la excusa perfecta para evadir el reconocimiento de la
sistemática arremetida paramilitar contra comunidades del pueblo Wayuu”17.
La mencionada organización indígena se ha dedicado principalmente a denunciar
lo sucedido en Bahía Portete, pero al mismo tiempo su movilización
y luchas se centran en la violación de los derechos de los pueblos indígenas
y en las injusticias de las que han sido objeto desde los tiempos de la conquista,
con un fuerte énfasis en la perspectiva de género. La organización
está conformada principalmente por mujeres víctimas de la masacre, cuyos
principales objetivos han sido la lucha por una reparación diferente a la
17. Véase la página Web anteriormente mencionada.
que propone el Estado y el retorno a su territorio. Igualmente esta organización
ha sido una de las primeras que ha visibilizado y denunciado el conflicto
armado en la Guajira y sus consecuencias, ya que lo ocurrido en este
departamento se agrava aún más por el enorme silencio y la impunidad que
han existido. En efecto, a pesar de las masacres ocurridas, de los asesinatos,
las desapariciones y los desplazamientos, su situación es desconocida
tanto a nivel nacional como internacional. Las razones de esta invisibilidad
se deben al miedo de las víctimas a ser amenazadas por denunciar y a la
ausencia histórica del Estado en la región. El conflicto armado en la Guajira
ha afectado de manera profunda muchas prácticas y significados culturales
de los Wayuu. Entre los más visibles están los funerales, las relaciones con
los muertos y las lógicas del enfrentamiento, lo mismo que las prácticas de
la vida cotidiana. El haber asesinado mujeres y niños en Bahía Portete es
una acción que rebasa la lógica de guerra Wayuu, por ello causó un impacto
muy fuerte en el interior de la comunidad de Portete y el desplazamiento
inmediato de la mayoría de las familias. También el no poder enterrar los
cuerpos en el cementerio de Portete y tener que enterrarlos fuera de éste
fue un evento desestabilizador desencadenado por la masacre.
Yanamas, trabajos de la Memoria.
“Porque les arrebataron la vida, nos robaron sus cuerpos, pero no podrán
borrarlos de nuestra memoria”.
Organización Wayuu Munsurat
“El tener que salir abandonándolo todo provocó una especie de conmoción
que se refleja en los rostros, en los diálogos, en los comportamientos. Ese
desconcierto aumenta cuando se analiza la situación y se acepta que por el
momento las posibilidades de retorno son remotas”.
Josefa Epinayú
El trabajo de la memoria de esta organización se ha basado principalmente
en volver a habitar poco a poco Bahía Portete a través de los yanamas.
Éstos son encuentros que se realizan una vez al año desde que ocurrió la
masacre. Tradicionalmente los yanamas eran los días en que se reunían
varias familias Wayuu para realizar trabajos comunitarios, similares a la
139
Capítulo III
minga andina. Los yanamas que se han realizado después de la masacre
han consistido principalmente en encuentros de cinco días para recordar
lo sucedido y testimoniar acerca de lo que continúa sucediendo en Bahía
Portete, con el fin de poder regresar algún día. Según testimonios de
miembros de la organización,
“Bahía Portete está llena de dolor, por eso necesitamos gente, comunidades
que compartan nuestro dolor, necesitamos solidaridad, los yanamas
los realizamos todos los años, con amigos y amigas, organizaciones de
derechos humanos que nos vienen a acompañar a nuestro territorio, para
nosotros seguir luchando por nuestros derechos, por lo que queremos”.
Los yanamas son una práctica que tiene que ver principalmente con la resignificación
del lugar, con el proceso de volver a habitarlo en medio de
lo que implicó su profanación violenta, haciendo el duelo por medio de
diferentes actos simbólicos y volviendo cada año en la fecha que sucedió la
masacre al territorio ancestral. La conmemoración de la masacre de Bahía
Portete por medio de los yanamas, que se ha realizado desde el 2005, ha
sido la forma de volver a estar en el territorio haciendo un llamado a un
posible retorno. Los yanamas realizados entre el 2005 y el 2007 fueron
realizados en Media Luna, territorio sagrado de los Wayuu que está ubicado
a una hora de Bahía Portete y cercado por el mega proyecto carbonífero del
Cerrejón y por el parque eólico de las Empresas Publicas de Medellín. El pueblo
no tiene luz ni agua potable ni ningún tipo de servicio público, a pesar
de los grandes beneficios que estas empresas obtienen de estos territorios.
El agua resulta vital en medio de las condiciones desérticas del territorio
y los pocos pozos de agua de lluvia están contaminados porque el Cerrejón
transporta el carbón en trenes con vagones abiertos, dejando una estela de
polvo de carbón que esteriliza la tierra y contamina el agua en su recorrido.
Diferentes organizaciones y comunidades han participado en los yanamas.
Entre ellas están algunos pueblos indígenas de Colombia (como los Wayuu
y Embera-katio), Wayuu de Venezuela, los Yaqui de México, afrodescendientes
de diferentes regiones de Colombia, la Corporación Reiniciar, la
Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación y delegados de los EE.
UU., México y Venezuela. El objetivo de la participación de los “externos”
ha sido el acompañamiento a los sobrevivientes de la masacre y a todo el
pueblo Wayuu en su lucha por evitar que este acto violento no caiga en
la impunidad y el olvido. Al final de cada yanama se realiza un informe
público en el cual se señalan los problemas que afectan a los Wayuu y, más
específicamente, a la comunidad de Bahía Portete. En dichos informes se
perciben varias constantes: continuidad en los actos de violencia contra
los indígenas de la Guajira, connivencia entre militares y paramilitares,
militarización del territorio indígena, desmantelamiento de las viviendas
abandonadas retirando tejas, tanques de agua y puertas y pretendiendo
con ello, como decía Débora, “desdibujar del paisaje la memoria de la existencia
de sus moradas”. En las paredes de las casas abandonadas se aprecian
grafitis con nuevas amenazas contra la población que habitaba en Portete.
141
Cuarto Yanama “Mujeres que tejen Paz”18
Se trata del primer yanama realizado en Bahía Portete cuatro años después
de la masacre. Su objetivo fue volver a estar ahí, dormir, cocinar, estar juntos
nuevamente en el territorio, recordando a los muertos y estando junto
a ellos. Como decía Débora, una de las líderes,
“la razón de este evento es la conmemoración de la masacre de Bahía Portete,
donde hubo violación de los derechos humanos. El objetivo de este
yanama es que vengan muchas personas en forma de solidaridad con la
comunidad para que esta pueda regresar, pero, desafortunadamente, Bahía
Portete todavía no tiene las condiciones para poder regresar”.
Esta conmemoración, esta forma de recordar la masacre se caracterizó por
el “evento de la cotidianidad” que los testigos externos esperábamos ver
bajo la forma de una conmemoración, una marcha, en fin, un evento conmemorativo
especial. Sin embargo, todo consistió en volver a estar ahí, en
volver a hacer habitable ese lugar que había sido tocado por la violencia y
el terror, así fuera sólo por unos días:
“En medio del dolor también hay alegría porque estamos nuevamente en
nuestro territorio comiendo, durmiendo con nuestros muertos, estamos
caminando, no tenemos ese miedo que teníamos tres años atrás, ahora nos
sentimos como si nos quisiéramos quedar para siempre acá, nosotros sí
nos vamos a quedar pero con garantías que nos tiene que dar el gobierno,
sabemos que las garantías de éste no van a ser las mejores porque a éste
no le interesa, pero con la ayuda de organizaciones de derechos humanos,
personas, amigos vamos a comenzar a volver al territorio”19.
El 17 de abril de 2008 se realizó un encuentro donde Débora hizo la presentación
oficial del yanama. Cuando éste terminó, rindieron sus testimonios
de lo ocurrido algunas de las mujeres que estuvieron presentes durante
la masacre y Vicente, una de las autoridades tradicionales dijo: “Gracias a
18. Al final del texto se anexan dos testimonios que ilustran la forma en que los Wayuu de
Bahía Portete trabajan la memoria. Se trata de los testimonios de una de las mujeres que
fue testigo de la masacre y actualmente vive desplazada en Maracaibo, y de un hombre
que representa la autoridad Wayuu en Bahía Portete.
19. Testimonio de Telemina Barros.
todos los que nos acompañan hoy con su solidaridad, porque durante los
cuatro años después de la masacre nunca habíamos vuelto acá a comer, a
dormir, y a estar acá, eso nos vuelve a generar confianza, el estar acá es un
reto, agradecemos mucho esa solidaridad”. Vicente contó cómo era la vida
antes en Portete, cuando no habían llegado los paramilitares y se vivía tranquilamente,
y expresó el deseo “de poder volver a su territorio a vivir como
antes, con sus nietos, su esposa, sus hermanos y sin ese miedo que después
de la masacre vive constantemente en él”. Durante esos días se realizaron
recorridos por el territorio como una forma de volverlo a caminar. Los recorridos
se hicieron por las casas y los cementerios abandonados, lugares que,
como decían las mujeres, “son casas violadas, adoloridas, y maltratadas.
Nuestras casas quedaron como cementerios porque ahí sacrificaron a las
personas por eso no podemos volver a vivir ahí, si regresamos tenemos que
construir nuevas casas, en esos ranchos hay mucho dolor y mucha tristeza,
son un cementerio para recordar a nuestros muertos”20. Una escena muy impactante
tuvo lugar durante ese recorrido. Tres mujeres que entraron a una
20. Testimonio de Josefa.
de las casas y se pusieron a llorar contra la pared. Lloraban sus casas, sus
lugares heridos, los lugares que habían sido obligadas a abandonar por los
actos de terror. Esas caminatas por el territorio mostraban un “pueblo fantasma”
en el que todavía rondaba el miedo y las memorias traumáticas de
la masacre ocurrida. Así contaba una de las mujeres que hizo el recorrido:
“Desde la primera noche que llegué acá después de cuatro años, fue una
alegría de volver y al mismo tiempo una tristeza muy grande de ver en lo
que había quedado nuestra tierra, ayer cuando fuimos a recorrer las casas
abandonadas, para mí fue una tormenta ya que se me vino a la cabeza todo
lo que había pasado, volví a sentirlo todo nuevamente”.
Paralela a la existencia de este “pueblo fantasma” hay que mencionar la
militarización del territorio, pues existe un puesto militar y continuamente
se ven los militares realizando sus recorridos por toda Bahía Portete. Este
puesto militar fue creado meses después de la masacre, en articulación con
el supuesto retorno auspiciado por la vicepresidencia. Hoy en día el puesto
militar hace parte de la “normalidad” y del “restablecimiento” del orden y
la tranquilidad en Bahía Portete. Al respecto dice Vicente, autoridad tradicional
Wayuu: “Últimamente reportan que en Bahía Portete hay muchas
familias que han retornado, lo cual no es cierto, ya que las familias que hay
no son de acá sino que han llegado a ocupar nuestras casas. El gobierno
quiere mostrar que Bahía Portete está habitada, pero eso es mentira, la
comunidad está desplazada”.
Presenciar esos rituales de retorno en calidad de testigos permite constatar
que la cotidianidad puede ser un lugar de esperanza, tal vez el único
lugar posible desde el cual se pueda dar un nuevo significado a los lugares
atravesados por el terror. Por las noches, durante el yanama, se organizaron
fogatas que creaban un espacio de reunión para estar juntos, narrar
historias, contar anécdotas, en fin, estar nuevamente ahí en su desierto. En
una de esas noches, una mujer “piache”21 realizó una limpieza del territorio
y de todos los que estábamos ahí presentes para llevarse todas las malas
energías. Fue una forma de sanación y de purificación social, una acción de
remembranza sobre el cuerpo social.
21. La Piache es una mujer que tiene poderes sobrenaturales y maneja la comunicación
El último día del cuarto yanama transcurrió en el cementerio de Media Luna
con el fin de acompañar a sus muertos, según dijeron los Wayuu. Ese día no
hubo ninguna conmemoración ni nada parecido, sino simplemente fue volver
a estar con sus muertos. Para los Wayuu, los muertos viven junto a ellos,
algunas veces se les aparecen en los sueños, hablan a través de los vivos o
los sienten transitar junto a ellos, por eso es tan importante velarlos. Uno
de los grandes descontroles sociales que ha traído el conflicto armado para
los Wayuu es el impedimento de velar a los muertos como se lo merecen.
Cuando ocurren desapariciones no se vela el cuerpo, esto atenta contra el
orden social Wayuu y el mundo de los muertos entra en descontrol. “No
hemos llorado a nuestros muertos como se merecen, a los desaparecidos”,
dice Josefa. En junio de 2008 regresaron a realizar la exhumación de algunos
de los cadáveres de la masacre, con el fin de trasladar sus cuerpos al
cementerio de Bahía Portete, ya que el primer paso del retorno es hacer
que los muertos regresen a su territorio. Una escena que deja ver la relación
con los muertos tuvo lugar en Media Luna cuando una niña de más o
menos 15 años limpiaba las tumbas donde están enterradas las víctimas de
la masacre, dejándoles agua y flores a cada una. Ella decía que era la forma
de cuidar a sus muertos para que no sufrieran más.
Como se ha podido ver, los horizontes de expectativa apuntan hacia un posible
retorno a Bahía Portete. Para que ello sea posible, los Wayuu exigen
que el Estado colombiano instale una mesa institucional que garantice al
pueblo Wayuu desplazado en Maracaibo retornar en condiciones de dignidad
y seguridad a su territorio ancestral. También exigen respeto a la
vida y demás derechos fundamentales de las personas que participen en el
proceso de retorno de los desplazados de Maracaibo. Exigen que el Estado
colombiano, a través de sus autoridades judiciales, enjuicie y castigue a los
autores intelectuales y materiales de los asesinatos; que se establezca la
responsabilidad penal e individual así como la responsabilidad política de
los sectores que han financiado al paramilitarismo; que los procesos en curso
no sean trasladados a la jurisdicción indígena, pues se trata de crímenes
de lesa humanidad que no pueden quedar en la impunidad. Los yanamas
han sido los espacios para realizar duelos colectivos, recordar lo sucedido
y volver a habitar, poco a poco, los lugares que quedaron marcados por la ntre el mundo social y el natural; consecuentemente también es curandera.
http://www.memoriahistorica-cnrr.org.co/images/content/memoria_tiempos_guerra.pdf
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